Buenos Aires, 28 de agosto de 2013
Estimado Señor D. Eduardo Zuaín, vicecanciller;
Funcionarios del H. Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto;
Colegas Embajadores y diplomáticos;
Amigos y amigas.
Por segunda vez en más de una década dejaré Buenos Aires, pero esta vez segura de que una parte de mi quedará "aporteñizada" para siempre.
¡Ojo!, no es que en mi vida profesional haya viajado poco. Desde Ecuador hasta Sri Lanka, desde Madrid hasta México D-F., pero es precisamente en este fin del mundo rioplatense donde un viajero profesional vende su alma al diablo. Obvio, todas las experiencias son enriquecedoras; los países de diferentes culturas y tradiciones nos multiplican como seres humanos y como profesionales, pero es justamente Buenos Aires (y Argentina) que nos engaña por seducirnos imperceptiblemente.
Por donde lo mire, es un hecho irónico: para nosotros los europeos, Buenos Aires – o la Argentina como país – es una sociedad y un ambiente menos "exótico", menos "diferente" que nuestra propia tierra; no solamente por lo ya un poco trillado pero no menos cierto de que Argentina presenta un "crisol de razas" donde uno pocas veces encuentra ciudadanos con un sólo pasaporte - suelen ser dos o tres o cuatro -, reuniendo los países de origen de sus ancestros.
Pero, como dice el tango, esta ciudad y este país "tiene un no sé que”, sus edificios afrancesados, italianizados, españolizados, barrios británicos y mediterráneos, bolsillos eslavos y escandinavos, no dejan de ser solamente una mezcla divertida y reconocible para nosotros no-tan-extranjeros, sino todo eso crea también – como un poderoso valor agregado - una "poción mágica", un surrealismo creativo donde todo es a la vez íntimo, amistoso y posible – más allá de los aciertos y de los errores de la vida real y cotidiana.
Ya casi rumbo a Ezeiza, no quiero hablar de lo que todos sabemos: sobre un gran ambiente cultural, artístico, científico, de inagotables recursos naturales y no menos importantes recursos humanos; que nuestros sistema de valores son no solamente compatibles sino verdaderamente compartidos, así como son las raíces de nuestra historia y de nuestros pueblos. Simplemente dicho - quiero decir que me sentí, todos estos años en Argentina, como en mi casa en Belgrado – literal y metafóricamente dicho.
Porque somos gente de una idiosincrasia muy parecida – y esto, quiero subrayar, NO es una frase diplomática políticamente correcta, sino pura verdad.
Tampoco hay que tomarlo solamente como un elogio – la verdad es que los argentinos y los serbios somos gente creativa, abierta, pero a la vez complicada, un poco mitómana, siempre dispuesta a auto-cuestionarse, muy capaz y dotada pero al mismo tiempo cultivadora de una melancolía elegante, casi artística. Sin embargo, también los dos pueblos siempre luchamos con pasión y parsimonia para realizar nuestros sueños y nuestra visión del mundo y de nuestro propio futuro.
Trataré de explicarlo en conceptos más livianos y mucho menos políticos:
- Cuando uno tiene un amigo argentino o serbio, - no se recupera fácilmente; pero puede contar con él de por vida;
- Compartimos un tremendo sentido de humor. Cuando pasan cosas horrendas, hay siempre un espíritu vigoroso que se expresa a veces hasta con humor negro enfrentando así la adversidad: crisis política y económica, revueltas sociales, ataques terroristas o inclusive bombardeos, aquí y acá se combaten con los chistes a veces ácidos – que casi asustan – pero que demuestran una gran fuerza de espíritu, no un mal gusto. Por cierto, nunca podría sentirme tan como en mi propia casa en un ambiente sin ese agudo sentido de humor. A ver si nos entendemos: un Osvaldo Soriano podría ser perfectamente un personaje belgradense; igual como su alter-ego en las letras serbias, Momo Kapor, (que no es ningún "rey Momo") quien perfectamente podría haber nacido en el barrio de Almagro;
- ¿Y que decir de la amistad y eterna rivalidad en los mismos deportes que cultivamos con tanta calidad y pasión?: – fútbol, basket, tenis y volley – nuestros deportistas son amigos personales y grandes rivales.
(Webber y Milinkovich pasaron semanas y semanas en Novi Sad, jugaron junto con sus hermanos Grbic; Djokovic, Tipsarevic y Zimonjic, son "compinches" de Delpo, de "Pico" Mónaco y compañía; y ¿qué falta decir sobre la amistad loca entre personajes tan talentosos y tan exagerados como son Kusturica y Maradona? Cuando Argentina jugaba una final del Mundial en basket, en las plazas de nuestras ciudades, miles de ciudadanos observaban el partido hinchando por sus amigos argentinos. ¿Saben por que? Porque son "cancheros" – "ssmekeri". Un goleador que marca un tanto y lo primero que hace después es arreglarse su peinado puede ser solamente un argentino o un serbio! Es el estilo lo que importa – dirían a coro.)
La felicidad y la desdicha por igual conviven con la cultura, con la vocación artística y un sibaritismo innato – allí y acá. En tiempos de vacas flacas o de vacas gordas – la gente igualmente sale, se llenan los teatros, se organizan conciertos y festivales, se publican libros – allí y acá. "A pesar de…" dirían allí y acá. Justamente por eso los argentinos son de los pocos que entienden la palabra serbia "inat", algo parecido a despecho de hacer (o no) algo "a pesar de…", aunque te perjudique, solamente para enojar a tu adversario, por el placer del desafío, de decirle "a mi no me podés doblegar".
No en vano – salvando las diferencias- de todo eso, nuestras capitales son de los destinos preferidos de las tribus de turistas de todo el mundo! Simplemente dicho, la gente sabe vivir – siempre hay tiempo para tomar un "fé-ca" con un amigo.
En fin, somos pueblos que nos encanta vivir en el mundo de las ideas, tener proyectos, cultivar un elegante y atractivo halo de surrealismo que nos ayuda seducir al mundo; ¿Quien diría que justamente Borges, un autor que añoraba escribir "El Castillo" de Kafka en una sóla página, sería el mayor exponente de un pueblo tan elocuente como el argentino?
Yo podría seguir hablando así por mucho tiempo más, repasando ejemplos de una sintonía casi intuitiva entre nuestros pueblos; los argentinos adoran al cine serbio, como nosotros adoramos a sus escritores - y no hablo sólo de Borges, Cortázar y Sábato – sino de una docena de autores contemporáneos, desde Guillermo Martínez, Ana María Shua, Tomas Eloy Martínez, hasta los nuevos narradores como Samantha Schweblin y Oliverio Coelho que en mi país ya tienen su público cautivo.
Pero todas las amistades como todas las afinidades hay que cultivarlas y es por eso que mis jefes me pagaban por años el alquiler de un lindo y cómodo departamento en La Recoleta.
Estamos aquí para no dejar pasar oportunidades sin aprovecharlas – en negocios, en cultura, en política, en fin, en la construcción de un mundo mejor. En ese camino a veces acertamos, y a veces no – la historia nos da ambas oportunidades – pero definitivamente, nos vamos a entender mejor solamente si cultivamos y desarrollamos nuestras buenas y amistosas relaciones.
A lo largo de estos últimos cuatro años, hubieron muchos contactos en el nivel más y muy alto entre nuestros países que desprecian la distancia geográfica; hubo cooperación política, intercambios culturales, artísticos, deportivos, y crecieron los lazos comerciales, así como una muy productiva cooperación en los foros internacionales – todo lo que indica que un día volveré, aunque sea para festejar mi cumpleaños número 100.
Todos ustedes hicieron mucho para que yo me pudiera sentir así. Y por supuesto, me queda invitarlos a mi país para que se sientan como en su casa – empero, ¡Bienvenidos a Belgrado!
No quiero despedirme sin mencionar y agradecerle a todos los miembros de mi Embajada y especialmente a Katarina Andric, ex Consejero hasta hace algunas semanas, quien mucho ha trabajado y colaborado en esta “la causa argentina-serbia”.
Gracias – y no "adiós", sino "hasta pronto".